Pensamientos en la oscuridad. Parte II


No me preguntéis qué era, ni cómo había llegado allí. Arrastrando los desmejorados pies en un andar desgarbado, como un gusano que acaba de recibir unas patas que no sabe utilizar, el viejo Gollum avanzaba por su isla enana. Terminaba de ingerir el pez que había capturado de un rápido movimiento con su fuerte mano y miraba alrededor hacia ningún sitio en absoluto, porque no había nada que pudiera ser visto en la más completa oscuridad. O tal vez él, acostumbrado a estar allí desde hacía años y años, era capaz de distinguir algo en medio de la sombra omnipresente.


Allí sólo sus ojos brillaban de vez en cuando con un débil destello malévolo. Mientras sentía el camino del pez a través de su garganta, el terrible ser se regocijaba, una vez más, de un poder que no era tal sino el afán de vanagloriarse de una superioridad inventada por él mismo.

A su lado, en el suelo, un pequeño objeto aparentemente inofensivo reposaba junto a su fuerte pie. Era el orgullo y la alegría de Gollum, el objeto de un deseo tan enfermizo como su asqueroso gusto por la crueldad.

Se oyó un ruido rasgado, de criatura salvaje. Y así habló Gollum. Las alabanzas más vanas y los elogios más vacíos salidos de la boca de Gollum alegraban los oídos del mismo Gollum con siniestras palabras de triunfo. El horrible ser había desarrollado con los años la costumbre de conversar consigo mismo al no tener a nadie más a quien hablar desde hacía mucho, mucho tiempo.

Era terrible oírlo. Su voz sonaba áspera, como el siseo de las culebras o las advertencias de los gatos. Cuando terminaba de hablar, profería un horrible sonido gutural que sonaba como “grlllm” y que erizaba los pelos de cualquiera que lo escuchara, además de producir un terrible y glacial escalofrío.

Imaginad sólo por un momento el efecto que tiene sobre nuestra apariencia y costumbres el quedarse unos días aislado en casa, sin salir ni hablar con nadie. Supongamos además que tenemos vicios como dejar pasar unos días sin ducharse o comer con las manos o con la boca abierta. Si no sentimos la presencia de un observador, si nadie puede afearnos nuestra conducta, caemos en una espiral de malas costumbres de la que cada vez cuesta más salir.

Hacía en verdad mucho, muchísimo tiempo que Gollum vivía escondido bajo las entrañas de la cordillera. Hacía tanto tiempo que debía permanecer horas y horas escurriendo sus recuerdos si quería recordar algo sobre la vida que dejó cuando entró en esa caverna. Pero él no quería acordarse ni mucho menos experimentar esas impresiones de nuevo. Prefería quedarse allí, en la oscuridad de la gran caverna, oyendo su propia respiración, sintiendo los latidos de su malintencionado corazón, repasando las paredes rocosas con las manos, permanecer quieto viendo pasar el tiempo.

Y no sólo había desarrollado peligrosos vicios y malas costumbres, sino también malsanas enfermedades mentales como celos injustificados, delirios de grandeza y múltiples desórdenes de personalidad. No era raro que el deplorable ser mantuviera animadas e incluso violentas conversaciones consigo mismo. A veces llegaba al extremo de autolesionarse por miedo a su propia presencia, cayendo en terribles círculos viciosos. O llegaba al extremo de temer por su vida debido a sí mismo. O le parecía que una de las sombras que veía en su mundo de tinieblas era la de algún otro ser que se abalanzaba sobre él…

PARTE II

Escrito por Carlos Sánchez 

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