Pensamientos en la oscuridad. Parte III



Pero nada de eso era comparable al miedo que sentía por la posible pérdida de su objeto más preciado. En ocasiones gritaba a las lejanas paredes de la cueva o golpeaba a la oscuridad, por miedo a que alguien le arrebatara el preciado tesoro que poseía.

Lo había robado hacía tiempo. Había matado para conseguirlo, causando un terrible mal en los que le rodeaban. Años después había conseguido convencerse a sí mismo de que era su regalo de cumpleaños, pero no sin haber perdido a cambio la cordura.


En efecto, el desgraciado ser profesaba gran deseo y codicia por el pequeño pero letal objeto que le quitaba el sueño y del que nunca se separaba demasiado. Y aquello era la causa del ruido metálico que había resonado contra la roca. Era un anillo, un anillo creado tiempo atrás por oscuros poderes del mal que confería al portador la capacidad de volverse invisible. No es que él lo necesitara por donde se movía, pero siempre podía hacer lo que hacía sintiéndose más seguro, más ufano en su poder.

Ni siquiera sepultado bajo tantos kilómetros de tierra, ni siquiera apartado de la luz u olvidado por el tiempo conseguía Gollum quedarse tranquilo. Ninguna protección, oscuridad o distancia era suficiente para asegurarle que el anillo se quedaría a salvo junto a él.

El ser poseía una barca que utilizaba para moverse por el lago. A veces emergía de su morada, una sucia y esmirriada cabaña construida por él mismo sobre la isla del lago subterráneo y que contenía roñosos objetos inmundos. Después de atravesar las heladas y tranquilas aguas a bordo de su barca salía a pasear por la oscuridad de las cuevas. De vez en cuando trepaba por los túneles e iba en busca de orcos solitarios que habían sido enviados por su rey en misiones de reconocimiento o que se habían extraviado. Pero perderse por allí podía pagarlo uno muy caro. Gracias a sus ojos habituados a la oscuridad, el retorcido Gollum podía descubrir a algún pobre orco extraviado o alejado imprudentemente de los suyos. Merced a su anillo se sentía a salvo para agarrarlo por el pescuezo, y lo apretaba hasta que dejaba de ser orco, y entonces se reía con una risa que helaba la sangre de cualquiera que hubiese tenido la mala suerte de escucharla.

Después, cuando ya no sabía que hacer, volvía a su oscuro mundo de tinieblas. Y no hablo sólo por la oscuridad de la parte de la cueva próxima al lago o la tenebrosa suciedad de su cabaña, sino sobre todo por la horrible oscuridad de su cruel y corrompida mente.

Solo, apartado del mundo y sin probar el aire, sin haber visto la luz del sol en muchos años y años, sin haber intercambiado una sola palabra con nadie que no fuera él mismo, y sin sentir para nada la falta de hacerlo, la tacañería de Gollum y su rabia por el mundo iban acrecentándose cada vez más y de forma cada vez más enfermiza. En sus podridos pensamientos iba cociéndose una maldad que lo reconcomía por dentro y que, incluso sin nadie allí para sentirla, no resultaba nada agradable.

ÚLTIMA PARTE...

Escrito por Carlos Sánchez 

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