Pero nada de eso era comparable al miedo que sentía por la posible pérdida de su objeto más preciado. En ocasiones gritaba a las lejanas paredes de la cueva o golpeaba a la oscuridad, por miedo a que alguien le arrebatara el preciado tesoro que poseía.
Lo había robado hacía tiempo. Había matado para conseguirlo, causando un terrible mal en los que le rodeaban. Años después había conseguido convencerse a sí mismo de que era su regalo de cumpleaños, pero no sin haber perdido a cambio la cordura.